Las personas no suelen sentir cariño por un accidente de tráfico o por algún un hecho violento que les ha tocado vivir y que realmente le llegara a asustar. Pero la cultura está llena de personajes y situaciones que en teoría dan miedo, y se puede decir que ambos fenómenos venden libros y llenan salas de cine.
Todos los seres vivos acaban respondiendo de una forma u otra al peligro al que se enfrentan. Las bacterias ajustan su metabolismo o los animales jóvenes muestran una reacción innnata de evitar algo que les ha producido daño o estrés en el pasado. En el caso del hombre, la respuesta puede adoptar la forma de un disparo de hormonas y reflejos que puede llegar a alcanzar el nivel de las emociones y los pensamientos.
En principio, el miedo está relacionado con la respuesta de lucha o huida, una reacción programada que se activa cuando alguien afronta un peligro inesperado y en un instante debe decidir si huir o si enfrentarse a una agresión. En realidad, se trata de una respuesta muy rápida encaminada a garantizar la supervivencia. Pero en el ser humano puede transformarse en ansiedad. Cuando el miedo se dispara, el cerebro sufre una activación de muchas áreas del cerebro. La amígdala juega un papel central, y funciona como primer activador de la respuesta del miedo. Apoya la importancia de este órgano el hecho de que una persona con lesiones en este órgano no sintiera miedo ni siquiera al ver arañas o serpientes grandes, o entrar en una casa encantada.
Cuando se dispara el miedo se produce una salida masiva de adrenalina al torrente sanguíneo. Provoca que el corazón lata más rápido y aumente nuestra frecuencia respiratoria. Los músculos comienzan a recibir más sangre y oxígeno. El resultado es que en teoría somos más rápidos y fuertes, pero también puede ocurrir que tiemblen las piernas. Junto a la adrenalina, también se libera dopamina, una hormona asociada con el placer y que tiene como función condicionar respuestas a ciertos estímulos. En este caso, ayuda a producir una respuesta de lucha o huida ante cosas que ya sabemos que debemos temer. Esta sensación es, además, adictiva.
Fuente: abcCiencia